21 julio, 2005

Adiós Javier, no hace falta que vuelvas

Hoy se emite el que será, al menos por ahora, el último programa de las Crónicas marranas, digo marcianas, de nuestro “admirado” Javier Sardá, al que ya dedicamos un cariñoso artículo hace algo más de un año en el que reflejábamos nuestro desprecio personal por el comunicador (permítanme que reserve el término periodista para tareas más dignas).

Habrá quien dirá que la audiencia obtenida (ahí están 8 años de liderazgo) justifican el ingente volumen de basura que ha vertido en los hogares españoles a través del tubo catódico, pero yo pienso (quizá soy un incurable romántico) que un profesional que tiene la opción de llegar a tanta gente debería esforzase un poco por darles algo que, vale que no les eleve a las alturas del conocimiento y la sabiduría, pero por lo menos que nos los arrastre por los peores lodazales del mal gusto.

Por si esto no fuese suficiente encima el señor (con perdón) Sardá se permitía de vez en cuando tratar o hablar de política, cosa que hacía con la misma seriedad, rigor y profesionalidad con la que discutía las capacidades amatorias del Conde Lequio, por poner un ejemplo. Sólo hay una cosa peor que tratar temas vacuos y repugnantes como los que habitualmente ocupan a Sardá y sus invitados: hablar exactamente igual de cosas más serias.

Obviamente, tanto Javier Sardá como el empresario que le paga son libres de, dentro de los límites que marcan las leyes, fabricar al por mayor toda la porquería de la que sean capaces, tan libres como yo de criticarlo y considerar su trabajo como algo despreciable, por mucha audiencia que logre reunir. Al respecto de la audiencia, por cierto, creo que es pertinente decir que estoy seguro de que si se emitiesen snuff movies (películas que incluyen escenas violentas y asesinatos reales) por televisión lograrían un “share” brutal, lo cual no las haría más respetables.

En definitiva, me alegro de que Sardá se tome unas merecidas vacaciones (las merecemos los demás) y espero y deseo que, ya que habrá acumulado una cantidad importante de dinero, se sienta tan feliz sin trabajar que nunca tengamos que volver a soportarle.

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