Dice el refrán que la primavera la sangre altera, lo malo es que uno ya no se puede quitar la alteración hasta el que el frío de diciembre nos congele el cerebelo (y hay años que ni así) y, sobre todo durante el verano y con eso de la calor, se mantiene la hemoglobina con unos niveles de anormalidad como si viviésemos al lado de Chernóbil.
Así que muy a nuestro pesar nos pasamos estos calores agosteños sufriendo del singular mal de la erección mental y, por si no tuviéramos suficiente con la explosión de bikinis, escotes, microfaldas y demás prendas pecaminosas que pueblan nuestras playas, piscinas y calles, somos acosados desde la televisión y “la internete” por las bellas de estío, esas mujeres de veraniega hermosura que se nos presentan con la sensualidad refrescante de una pinta de cerveza extremadamente fría servida en una jarra que estaba también en el congelador.
Este verano ha habido dos apariciones de éste tipo que han turbado especialmente mi paz espiritual y monástico recogimiento, una fugaz como las perseidas, la otra algo más permanente aunque los hombres de bien como yo lo mejor que podemos hacer es evitarla como evitaríamos al mismísimo Satanás.
Se trata de la jovencísima (¡ay!) actriz María Valverde, que nos deslumbró como un flash en uno de los encuentros digitales de El Mundo, aparición tan breve como gloriosa e impactante; y de la concursante de OT Edurne, cuyas actuaciones con melena teñida y ombligo al viento tienen al personal más que impactado y para la que preveo un rápido y brillante camino hacia el éxito (advierto que me he cuidado mucho de oír como canta y, es más, no me importa una mierda).
Si, supongo que muchos de ustedes pensarán que no es para tanto, que son chicas monas (eso es bastante inobjetable) pero tampoco diosas a las que rendir tan descarnada pleitesía. Como casi todo, es cosa que va en gustos, personalmente me descoloca más cierto tipo de belleza de ir por casa, más real que la de una Schiffer, por ejemplo, cuya exuberancia germana me parece demasiado exuberante y demasiado germana para ser cierta. No, prefiero la naturalidad joven y osada de María, su descaro de casi lolita y su mirada de “ya me he dado cuenta de que me miras y no deberías (pero me gusta)”; o la frescura mucho más inocente (aunque no del todo) de Edurne, que baila enseñándonos esa barriguita como si no supiera que tiene más peligro que la carretera con curvas por la que Cary Grant bajaba conduciendo borracho en “Con la muerte en los talones”.
¡Ay! Ya lo decía Calderón:Ojos hidrópicos creo
que mis ojos deben ser,
pues cuando es muerte el beber
bebe más, y desta suerte,
viendo que el ver me da muerte
estoy muriendo por ver.
PD.: No me negarán ustedes que cada día es más difícil ser un viejo verde y no perder todo el estilo (y la dignidad) en el intento.
20 agosto, 2005
Crónicas veraniegas: bellas de estío
Posted by Unknown at 6:34 p. m. Menéame
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