01 agosto, 2005

Crónicas veraniegas: las jey-lous

Llega el verano a nuestras calles y con él la calorina insoportable, más dura si cabe en grandes ciudades hiperasfaltadas y rebosantes de coches (y no vean ustedes si además están enteritas de obras como alguna que yo me sé…). Así que en estos los peores periodos de la canícula los urbanitas no tenemos más remedio que adaptar nuestros hábitos y nuestras vestimentas a los termómetros por encima de los 35º.

El cambio es particularmente chocante en el caso de las féminas, sobre todo en el caso de aquellas que mudan sus mejores galas de juani para convertirse en auténticas jey-lous, es decir, imitadoras de la famosa cantante/actriz Jennifer López (otra con el síndrome Ana Belén: cuando canta te alegras porque así no actúa y viceversa), que firma sus discos como J Lo (lo que en inglés se pronuncia así como jey-lou).

A lo que íbamos, para los que no estén familiarizados con el término las juanis son las jóvenas (¿ha visto que multiculti, señora ministra?) de los barrios periféricos que gustan de salir a pasear los fines de semana con pantalones muy apretaos, ropa como semideportiva y pintadas como una puerta. Se las ve siempre con la siempre galante compañía de sus novios: esos simpáticos chavales de pelo punta y aritos orejeros, que van con pantalones de chándal hasta el día de la boda de su hermana y que se tapan la parte de arriba de ese cuerpo fibroso con camisetas de esas que se ven a miles de kilómetros.

Pero las prendas apretás y de tela gordita que en invierno son tan apropiadas para pasearse por parquesur resultan un poco tórridas para el veranito madrileño, así que hay que reconvertirse y a la que llegan los calores la juani deviene en jey-lou cual mariposa que sale de su crisálida. ¿Y como es la jey-lou? Se estarán preguntando ustedes, intentemos una somera descripción.

No está precisamente delgada, pese a lo cual no tiene empacho en enseñarnos sus michelines bajo el top que nos permite visionar también un piercing ombliguero que ella piensa que es lo más sexy desde que el mundo es mundo pero que en realidad es más bien inmundo. De cintura para abajo destacan el pantalón pirata extremadamente apretado y en cuyo culo podemos leer, como si de una pantalla de 50 pulgadas se tratase, palabras tan apropiadas como “sexy”, “sweet” (cierto: mucho dulce habrá hecho falta para construir tamaño pandero), o expresiones como “no tocar”. Los pies, con unas elegantes calzas de esas que están hechas para que la chica parezca más alta, pero por pasar de 1’55 a 1’65 se paga un precio elevado: el cuerpo queda raro y extrañamente desproporcionado, desagradable de mirar.

En conjunto ella se ve como una mujer muy decidida y tela de sexy, opinión que refuerzan los bakaladeros sin escrúpulos que las asaltan en las discotecas a partir de ciertas horas en las que cualquier cosa se considera un éxito. Un observador imparcial la verá como un fenómeno curioso hasta el momento en el que abra la boca, a partir de ahí su culto fablar y su tímida vocecilla hacen salir por piernas a todo aquel que no esté acostumbrado a las más delicadas maneras versallesacas, ejem, por así decirlo.

La jey-lou tiene algunos puntos en común con la juani, de hecho muchos: entre la piel y el pantalón pirata de una, por ejemplo, pasa la misma cantidad de aire que entre la de la otra y su chándal acampanado, es decir, cero. Pero en el fondo son seres enteramente diferentes, parte de la fauna veraniega que no volveremos a ver hasta que, como las oscuras golondrinas, vuelvan a nuestros centros comerciales sus nidos a colgar.

No hay comentarios: