Vuelvo esta misma tarde de mi última escapada veraniega a mi muy querido Benivente y no puedo esperar ni un minuto más para contarles el último escándalo que ha deparado la actualidad, no sé si llamarla política, de tan noble como leal villa.
Resulta que entre el 14 y el 18 del presente Benivente ha celebrado sus fiestas patronales en honor la Virgen de la Cueva (sí, la de que llueva que llueva) y este año el principal acontecimiento no ha sido que este o aquel se han quemado en las divertidísimas pero siempre algo peligrosas cordás; ni la habitual ruptura de unos novios fruto de un desliz verbenero; ni tan siquiera alguna de las muchas y muy patéticas anécdotas que nos suele proporcionar el señor cura para solaz y disfrute de los ateos practicantes… No, el notición del año ha sido que, amparado en la tranquilidad de la madrugada y sólo o en compañía de otros… alguien ha robado la bandera española del ayuntamiento.
En un pueblecito pequeño como Benivente cualquier acontecimiento supone horas de conversaciones y rumores en las esquinas y los bares, pero si el asunto está de alguna forma relacionado con la política o con las “fuerzas vivas” (el cura, el médico, los maestros, la banda de música, la cooperativa…) el debate/lucha alcanza unas cotas de calor que ni las peleas de Muhammad Alí.
La cosa se empozoña especialmente en todo aquello que se relacione con la política, aunque estas cosas y en mitad de las fiestas suelen tener más que ver con el consumo abusivo de el famoso café licor de Cerol y otras muchas bebidas espirituosas que realmente con las opiniones de cada cual sobre las res pública.
Se trata de una situación especialmente incómoda para quien ocupe en ese momento la alcaldía, y me atrevería a decir que todavía más si, como es el caso, el alcalde es del Partido Popular. Así las cosas el regidor de los destinos de Benivente ha demostrado escasa cintura y una alarmante falta de tacto político, tan necesario en cualquier pueblo pequeño y más aun en este. Para empezar se dio un grotesco paseo con la pareja de la Guardia Civil casa por casa de personajes que, a su entender, eran verosímiles autores de la fechoría, pero contra los que no había ni la más mínima prueba (una aventura digna de una película de Berlanga que lamento no haber presenciado in situ y a la que muy poca gente le ha sabido ver la guasa), pero por si esto no fuera poco se ha enfangado en discusiones personales contra otros posibles culpables (ya se sabe que todos los pueblos tienen una plantilla más o menos cerrada de sospechosos habituales, las más de las veces absolutamente disparatada e injusta).
Yo comprendo que un responsable público que se tome en serio su labor y ciertos principios como respetar las leyes se ve delante de toda una papeleta con un asunto como este, pero hay formas y formas de hacer las cosas: en democracia y en un pueblecito en el que todo el mundo se conoce es muy importante no perder los papeles y el del alcalde no es hacer una ronda con los civiles a ver si alguien confiesa el vil crimen o insultar a ciudadanos de su propia villa con falsas acusaciones.
No sólo el alcalde de Benivente, todos debemos aprender a defender nuestras ideas con elegancia, pues la firmeza no es lo contrario de la finura. Eso sí, cuando alguien aspira a un cargo público, por modesto que sea, ya debería haber superado la fase del insulto y la acusación sin pruebas, algo que en Benivente todavía no han logrado ni el gobierno ni la oposición, en manos no menos lamentables e irresponsables.
Por cierto, ¿por qué la política municipal suele ser refugio de mediocres?
29 agosto, 2005
Las crónicas de Benivente: ¡Han robado la bandera!
Posted by Unknown at 8:13 p. m. Menéame
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