15 septiembre, 2005

Las sutiles diferencias

El gobierno español, el Rey y un séquito diplomático que eso parecía la liberación de París o el aniversario de la toma de la Bastilla, han viajado a Nueva York a la Asamblea General de la ONU a seguir promocionando la Alianza de Civilizaciones, ese magno proceso intermundial, metaglobal, supracivilizacional y megasúperestupen cuya razón de ser no acabamos de comprender y cuyas consecuencias prácticas no somos capaces de adivinar, entre otras razones porque nada nos han dicho de ellas.

Y es que a estas alturas de la película creo que nadie sabe en qué consiste la alianza de civilizaciones, es decir, una vez que estemos aliados con lo peorcito (o lo mejorcito, nunca se sabe) del orbe… ¿qué haremos juntos? Antes incluso, ¿qué condiciones se le pondrán, si es que se le pone alguna, a civilizaciones tan civilizadas como la teocracia iraní para aliarse con nosotros? O más aún: ¿qué civilizaciones son susceptibles de entrar a formar parte de tan magno proyecto? ¿Se ha hablado ya con los Yanomami del Amazonas? ¿Sabe algo del tema el indio del cenicero en la boca que iba con Sting de acá para allá? ¿Es Al Qaeda otra civilización más?

Resumiendo, nos encontramos ante un proyecto cuyos participantes, bases políticas y propósitos no conocemos, muy probablemente porque estos últimos no existen más allá de hacerse bonitas fotos en la ONU con Annan y otros referentes de la ética política mundial. Eso sí, el gobierno español y el Jefe del Estado (menudo papelón, Juancar) están de lo más felices porque la ONU se ha tomado muy en serio el asunto (tanto que Annan ni lo mencionó en su discurso ante la Asamblea) y ha creado un Grupo de Alto Nivel que se supongo que se dedicará a reunirse en comidas de trabajo en restaurantes caros de Nueva York y a chupar del tarro como buenos funcionarios que serán. Es decir, la supermegaalianza les dará de comer (y bien) a cuatro amiguetes entre los que espero que no esté Kojo, que no dejaría nada para los demás.

Dentro de esta misma política de aferrarse a proyectos concretos y tal España se ha metido en el llamado “quinteto contra el hambre” que debe ser algo así como el preludio de la Alianza y cuyas reflexiones prácticas has sido gloriosas: van a acabar con el hambre gravando con un nuevo impuesto los billetes de avión. La idea es mejor de lo que parece porque contribuirá a hacer más caro el turismo y, por tanto, a reducirlo, con lo que se ataca directamente a una de las fuentes de ingresos más importantes para muchos países del tercer mundo o en vías de desarrollo. El tema es tan disparatado que ni siquiera Zapatero se ha atrevido a apoyarlo.

Del otro lado tenemos a ese caníbal de niños y genocida de negros de Nueva Orleans que responde por George W. Bush y que, pese a su condición de gran Satán, ha hecho una propuesta concreta y que sí implicaría beneficios reales e inmediatos a los países pobres: se compromete a acabar con aranceles y subsidios si otros estados hacen lo mismo.

Esas son las sutiles diferencias de la política internacional: mientras unos se llenan la palabra de retórica multilateralista y supuestamente bien intencionada pero tan vacía como inútil, otros tratan de aportar soluciones que de verdad funcionen. Bueno, quizá no tan sutiles.

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