02 septiembre, 2005

Publicidad institucional, corrupción institucionalizada

La Comunidad de Madrid está regalando nuestros ojos y nuestros oídos con una campaña de publicidad institucional para que los hombres se arremanguen y tomen la parte que les corresponde en las tareas del hogar. Los anuncios televisivos, por ejemplo, van mostrándonos cosas que podrían considerarse “tareas del hogar” a medio hacer: los cordones de los zapatos de la niña uno atado y el otro no; el solomillo medio hecho en el sentido literal de la expresión (es decir, con una mitad absolutamente cruda); un plato sucio por una parte y brillante por la otra…

Se trata, en resumidas cuentas, de la típica ocurrencia más o menos graciosa de un avezado publicista (avezado en soltarle mordiscos al presupuesto público), pero vamos a lo fundamental: ¿Alguien espera de verdad que un anuncio de esas características cambie la forma de pensar de un machista redomado? La verdad es que para creerlo hay que ser o muy tonto o tener una fe ilimitada en la publicidad que creo que no tienen ni los más irredentos publicistas.

Es decir, que ya de entrada podemos dudar muy mucho de la efectividad del invento pero ello no es obstáculo para que las administraciones públicas sin excepción despilfarren nuestro dinero en campañas publicitarias para no lograr éste y otros objetivos igualmente utópicos como que los hijos de puta que lo hacen dejen de currar a su mujer o, si me apuran, que la gente no pase de 120 en las autovías.

Por otra parte, cabría preguntarse si es función de las administraciones públicas contarnos como debemos portarnos en casa. Dicho de otro modo: ¿quién es Esperanza Aguirre o el ministro o ministra de turno de para tratar educarme? Sinceramente, hasta en el caso de un estado desproporcionado como el que nos toca sufrir es algo que no me parece que sea parte de las funciones de la administración.

Así las cosas uno empieza a pensar mal y se acuerda de los generosos montantes que todas estas campañas reparten entre agencias de prensa y publicidad varias (un negocio por el que pululan no pocos amiguetes) o del no menos ingente espacio publicitario en medios de comunicación que todas estas chorradas suponen, aumentando la ya de por sí enorme capacidad de influencia de los políticos en el mundo de los mass media.

En resumen, la publicidad institucional no es otra cosa que una forma más o menos refinada de corrupción para expandir influencias y repartir dineros y, lamentablemente, es un vicio del que no se libra ni el tato.

Y por cierto, lo que yo haga o deje de hacer en casa es asunto mío y de mi mujer, señora Aguirre.

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