07 agosto, 2005

Crónicas veraniegas: El reggaeton o “tanta golfa cansa”

Las noches de fin de semana de Benivente, el pueblo de mis ancestros en el que estoy pasando unas inmerecidas vacaciones (lean más sobre él aquí, aquí y aquí), se concentran alrededor de un par de emporios del ocio cuanto menos llamativos: el Bar Inglés, heredero de uno de los tradicionales bares de tapeo del pueblo ahora más centrado en el copeo tardo-nocturno; y la veterana discoteca Starsss (por cierto, todos los nombres son inventados) que lleva unos 25 ó 30 años dando la tabarra.

Están separados por unos veinte metros de calle así que es bastante habitual hacer ruta entre uno y otro e ir repartiendo el gasto, sin embargo yo cuando ando por el pueblo suelo ser habitual e incondicional de la disco, no porque “mover el esqueleto” sea una de mis pasiones sino por complejas tramas de amistades, que los pueblos es lo que tienen.

La severidad que en los últimos tiempos tienen los controles de alcoholemia de la Guardia Civil le está dando una segunda juventud a la Starsss, lo que junto con otros factores como la creciente inmigración la están convirtiendo en un antro de lo más curioso: una especie de ONU del copeo en la que cualquier noche uno puede encontrarse una fauna variada de senegaleses, mauritanos, lituanos (y lituanas, ay), salvadoreños y, por supuesto, los beniventinos de siempre.

Lo más extravagante de la Starsss, empero, es su dueño, que ejerce noche tras noche de inmisericorde dijey torturándonos con cuidadosas selecciones de lo más cutre del panorama musical, siempre atento a lo peor de las modas y nunca al público que en ese momento ocupe su antro. Esto tiene su delito porque hay ocasiones en las que sólo están por allí sus más fieles e irreductibles clientes a la gran mayoría de los cuales asquean las distintas variedades de triunfitos y demás detritus del pentagrama, pese a ello él sigue con su machacón concepto de sesión cutre-playera mientras que sus clientes se cagan en sus muelas y piden una copa más. Si no lo entienden no se preocupen, que yo tampoco.

El dijey y propietario siempre ha estado muy atento a las novedades electrónicas y, como en tiempos disponía de mucha pasta, se compró uno de esos proyectores con tres tubos de colores que dan una imagen de calidad aceptable. Él entiende su labor en la cabina como algo multimedia (aunque más bien acaba siendo multimierda, como decía en un momento de genio Albert Pla) así que se preocupa (que esforzada es la vida del dijey) de que por cada canción que suena podamos disfrutar del correspondiente videoclip previamente grabado de los canales satélites. El problema de tan arriesgada propuesta estética es que el sistema de sonido y el de imagen son totalmente diferentes, así que siempre hay una pequeña descoordinación entre la música y la imagen que resulta extremadamente cómica: es algo así como la parte aquella de “Cantando bajo la lluvia” en la que se perdía la sincronización entre imagen y sonido y el público de la premiere se descojonaba, pero en lugar de Lina Lamont haciendo de noble francesa vemos al Busta haciendo el indio.

En cualquier caso y pese a los inconvenientes tecnológicos que relato una sesión del dijey de la Starsss es una buena lección para enterarse de por qué caminos transita lo peor de la industria musical y de los gustos populares y, como mis visitas a la disco son tan espaciadas como mis viajes a Benivente, siempre me encuentro con alguna novedad hasta entonces desconocida para mi. Ayer (esta madrugada más bien), sin ir más lejos, me di de bruces con el reggaeton. Ojo, que no estoy tan demodé: ya había oído hablar de él e incluso creo haber escuchado alguna canción antes, pero eso no es nada con una sesión en la que te tragas cinco o seis vídeos de tacada, o quizá fueran más o quizá menos, se me hace difícil distinguirlos.

Para los que no tengan el placer de conocerlo les diré que el reggaeton es lo último en música latina, una especie de bakalao en salsa de ritmos más o menos propios de Hispanoamérica y el Caribe pero extremadamente machacones, caracterizado por el constante chunda chunda y la voz de uno o varios tipos que están todo el rato como rapeando y no se entiende nada.

Los vídeos de reggaeton, sin embargo, no se han hecho famosos por sus muy discutibles dotes musicales, sino por los bailes de sus protagonistas femeninas que cuanto menos se podrían cualificar de lúbricos y/o libidinosos. Ya sé que buena parte del mundo de la música moderna se basa en la utilización de la belleza femenina como reclamo erótico-festivo, pero lo de las bailarinas reggaetonas va un paso más allá (y eso que Madonna, Kylie, Beyonce o Britney no parecen precisamente la Escolanía del Monasterio del Escorial) tanto en lo puramente rijoso como, y esto es más importante, en el espectáculo de sumisión al “macho” que suele desarrollarse en los videoclips, que por lo que a la degradación de las mujeres se refiere dejan a los más soeces raperos a la altura de un gobierno paritario.

Los escenarios de los vídeos son bastante dispares, pero se ve que ellos solitos han establecido la relación entre lúbrico y lubricante y les tira el rollo taller mecánico grasiento, sin ir más lejos uno de los que pude ver ayer se desarrollaba en un desguace y, amen de dos jóvenes estratégicamente cubiertas de grasa que hacían parecer a Shakira una tímida doncella, destacaba por unas escenas impagables del rapero o reggaetonero de turno discutiendo con una especie de grúa infernal; recuerdo otro entre las brumas de los gintonics con papá Pitufo (versión vicio) conduciendo un autobús lleno de “busconas” que también era la leche.

A mi todo esto del reggaeton me parece un poco excesivo, aun quedándonos en el aspecto visual del tema (y por lo visto las incomprensibles letras hacen parecer el “Frede Jaques” a las del colega Eminem) al final, como dijo sabiamente un amigo con el compartía las tareas de análisis sociológico, “es que tanta golfa cansa”.

Entiéndanme, no es que me parezca bien o mal que una señorita haga un poco el zorrón delante de la cámara, que me da absolutamente igual, pero cuando la cosa es tan obvia como que pierde un poco la gracia ¿no? Y aparte de eso la imagen que se transmite de la mujer como animal salvajemente danzante a los pies de su macho dominador tampoco me parece de lo más enriquecedora.

Allá ellas, pero qué rollo

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