24 noviembre, 2004

No es lo mismo

Una de las frases más habituales que utiliza la gente “normal” cuando habla de política es “todos los políticos son iguales”. Como suele ocurrir con la sabiduría popular, en el fondo de esta expresión encontramos cierta base de verdad: todos los políticos nos decepcionan en mayor o menor medida porque son limitados, no pueden hacer todo lo que se espera de ellos y, habitualmente, incluso su intelecto tampoco resulta destacar de forma especial.

Sin embargo, aunque nadie llegue a las excelsas alturas que serían deseables creo que estamos en un momento en el que hay que defender que no todos los políticos son iguales, que los hay mejores y peores (o malos y nefastos si lo quieren ustedes así), y que no es lo mismo hacer política que hacer partidismo barato.

De acuerdo, muy pocos políticos españoles de la democracia han dejado de ser ferozmente partidistas e incluso es probable que sea imposible que esto ocurra dada la estructura partitocrática de nuestra democracia, pero una cosa es que caigas de vez en cuando en él y otra muy distinta que sea el partidismo el que guíe todos tus movimientos, en la oposición o en el gobierno, en la política exterior o en la de infraestructuras, en lo social y en lo moral.

El actual gobierno socialista es, seguramente, el más feroz y torpemente partidista de la democracia. Ya lo fueron en la oposición, algo que podría entenderse como un poco más lógico, pero con su llegada a los despachos oficiales lo están siendo todavía más. En este sentido, la última destacada “performance” del Ministro de Exteriores ha sido la muestra más patética de cortedad de miras, desprecio por las instituciones y barata política partidista que recuerdo. Su ansia de destruir al PP y su necesidad de desviar la atención de su propia incapacidad para el puesto que ocupa son tales que no tiene ningún reparo en atacar a las instituciones, pues no es capaz, como no lo son la mayor parte de sus compañeros de gabinete, de distinguir entre la poltrona y su ocupante circunstancial.

Así, como no les basta con destrozar (que no es lo mismo que cambiar) la política que había realizado durante 8 años el anterior gobierno se permiten acusar al hombre que lo presidía de algo tan grave como participar en un golpe de estado en otro país. Olvidando, o es que quizá no lo sepan, que un Presidente del Gobierno democráticamente elegido representa a todos los españoles y que con una acusación así nos insulta a todos, tanto los que le votamos como los que no.

Y esa es nuestra desgracia, que con estas cosas el que se arrastra por el lodo no es el nombre de Moratinos, que ya está cubierto y de algo peor que el barro, sino el de España, que a este paso tendremos que darle la razón a Maragall y acabar cambiándolo.

No, no es lo mismo y además esto es peor.

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