03 octubre, 2005

Ceuta, Melilla y la mentira de la izquierda

Esta mañana ha habido un nuevo asalto a la valla de Melilla, por la que han intentado pasar unos 500 inmigrantes, se calcula que unos 200 lo han conseguido y hay unos 14 heridos. Es el último episodio de una racha que se alarga demasiado y que ya le ha costado la vida a unas cuantas personas.

Estas avalanchas tienen, desde mi punto de vista, un gran significado (tanto práctico como simbólico) en varias áreas: desde lo que representan de asalto a la nación hasta su extrema utilidad como ejemplo de las “excelentes” relaciones entre España y el sátrapa asesino de Marruecos, Comendador de los Creyentes y, a lo que se ve, timador de las izquierdas y aliado preferente de las civilizaciones.

No obstante, no es hoy de esos detalles de lo que quiero hablar, que tiempo habrá, sino de lo mucho y bien que nos sirve todo esto como ejemplo de lo dañinas que son las políticas presuntamente solidarias y buenrollistas de la izquierda; pero ojo, el problema no es que sean negativas para el conjunto de la sociedad, que en un momento dado podría asumir un coste conjunto para ayudar a los más desfavorecidos, lo terrible es que se trata de políticas que a quien más daño hacen es a aquellos cuya situación se supone que pretende mejorar.

Pongamos como ejemplo la política en inmigración. La izquierda más demagógica (es decir, prácticamente toda) se aferra a su tradición de proponer soluciones simplistas (que no es lo mismo que sencillas) a cuestiones extremadamente complejas:
¿Qué hay un problema porque mucha gente no tiene papeles? Pues le damos papeles a todo el mundo y ya está. Eso sí, no les pidamos que lidien luego con todo lo que su demagógica “solución” trae arrastrando: el desplome de la sanidad y los servicios, el efecto llamada, los problemas de delincuencia…

Al final, de hacerle caso a la demagogia izquierdista hay dos grandes grupos sociales perjudicados por la incontrolada llegada de inmigrantes: el que más los propios inmigrantes, que viven en España en condiciones extremadamente precarias y son pasto de todas las mafias que aprovecharse de ellos quieran, eso en el mejor de los casos para ellos: los hay a decenas que se mueren colgando de la valla o ahogados en la patera, triste final de un viaje que probablemente no se habría iniciado de no dársele desde España claras esperanzas de poder llegar, poder entrar y poder quedarse.

Los segundos más perjudicados son las clases que podríamos denominar bajas, no porque los inmigrantes les quiten los puestos de trabajo, que esa es una falacia que solo se puede sostener desde la demagogia más facha, sino porque son los que están ocupando a marchas forzadas aquellos servicios como la sanidad que se supone que son usados sobre todo por las clases bajas (los “ricos” tienen seguro y van a la Ruber); porque son los que están sometiendo a la enseñanza pública a una presión a la baja de la calidad que hace que, los hijos de los menos favorecidos que compartan clase con los inmigrantes tengan títulos, si los tienen, que no les servirán de nada (mientras los “ricos” irán a exclusivos colegios de pago sin inmigrantes); y, por último, porque será en sus barrios y no en las urbanizaciones de los ricos donde se generen problemas varios de delincuencia, bandas y seguridad.

Quede claro que no estoy en contra de los inmigrantes que creo que pueden ser una fuente de riqueza y que me merecen el máximo respeto y, en muchos casos, admiración y cariño; pero por muy políticamente incorrecto que sea decirlo, me parece obvio que la inmigración incontrolada trae consigo una serie de problemas que, casualmente, a quien más perjudican es a los supuestos votantes de partidos que defienden la demagogia del “papeles para todos” como IU e incluso el PSOE.

Un ejemplo más de cómo perjudicar a quien se supone que quieres defender, es decir, de la contradicción eterna e insalvable de las políticas de izquierdas: que a quien más daño hacen es a los más pobres.

No hay comentarios: