03 noviembre, 2005

La acompañada soledad de Rajoy

Hizo ayer Rajoy uno de los espléndidos discursos a los que nos está empezando a acostumbrar en las grandes ocasiones (que empiezan a ser demasiadas: una democracia sana no tiene debates fundamentales cada dos por tres), quizá el mejor de todos ellos. Se enfrentaba el líder del PP al proyecto de estatuto que ha redactado y aprobado el Parlamento de Cataluña, al Presidente del Gobierno y a prácticamente todos los demás grupos parlamentarios.

Arrasó a unos y a otros.

El peor parado fue sin duda Zapatero, pues tuvo la mala suerte de que su charla plomiza, tan mal preparada que ni siquiera daba pie a los aplausos de su propio grupo, fue inmediatamente anterior al apasionado, veraz y certero discurso de Rajoy. Mientras que uno amontonaba cifras y palabras sin demasiado sentido el otro daba razones y hacía incisivas preguntas que, como en tantas otras ocasiones a lo largo de esta legislatura, no recibían ningún tipo de respuesta.

La diferencia fue ya sideral en el turno de réplica, en el que el Presidente sólo tuvo capacidad para dar un curso rápido de talante y despistar la audiencia hablando de cosas muy relacionadas con el Estatuto Catalán como la retirada de las tropas de Irak (y tuvo el morro de decir que había fortalecido a España) o el matrimonio gay, además de hacer una recopilación de los supuestos insultos que le había dirigido Rajoy en los últimos meses (él dijo semanas, se ve que está desorientado) y que en realidad venían a ser más bien definiciones.

Como bien dijo Carod en su réplica final, ayer pudimos ver dos Españas muy diferentes, o quizá sería mejor decir dos formas muy distintas de entender España: por un lado la del chalaneo sin principios en el que todo es susceptible de ser objeto de trueque, la de los liberticidas que no quieren permitir que la gente exprese su opinión y te llaman franquista, fascista y antitodo en cuanto no comulgas con sus ruedas de molino, la de los derechos históricos (e histéricos) que en lugar de ser para las personas son para entelequias, ora naciones ora territorios ora entidades nacionales.

Y por el otro lado una España que cree en el individuo y en sus libertades, que cree en la libertad de expresión y en un país en el que todos seamos iguales, la España de 1812 y de 1978, es decir, la mejor, la que nos ha hecho más libres y más ricos.

Aparentemente Rajoy está solo en esa segunda España, pero eso es sólo apariencia, le acompañan casi 10 millones de votantes… y la razón y la verdad.

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