16 noviembre, 2005

Pero, ¿qué es el fracaso escolar?

El sábado se celebró en Madrid una de las mayores manifestaciones de la historia reciente de nuestro país, historia que, por cierto, está demasiado llena de grandes manifestaciones, mala señal. En esta ocasión, centenares de miles de madrileños y españoles protestaban por un proyecto de ley de educación que contiene a su juicio, y el mío, demasiadas equivocaciones. Así, aunque muchísima gente coincide en rechazar el proyecto en conjunto, cada grupo de manifestantes o cada organización convocante le da más importancia a unos u otros problemas de la futura ley: hablan de la libertad de los padres para elegir la educación, de la clase de religión, de la persecución a la enseñanza privada…

Pero uno de los problemas que muchas personas y organizaciones coinciden en señalar es que la nueva ley no solucionará el problema del “fracaso escolar”. Sin embargo, ¿qué es realmente el fracaso escolar? Consulto al respecto una página de psicopedagogía: “Hablamos de fracaso cuando un niño no es capaz de alcanzar el nivel de rendimiento medio esperado para su edad y nivel pedagógico”.

Al parecer, y según los datos que aparecen en la misma página se cifra el fracaso escolar en España en un 29 %, pero al mismo tiempo se afirma que el 35 % de estudiantes no superan el segundo curso de la ESO, que el 48 % no logran el título de bachiller y que un 50 % abandonan su carrera universitaria. Las cifras resultan confusas (¿sólo un 29 % de fracaso escolar cuando el 35 % no saca segundo de ESO?) pero lo que revelan es que son los conceptos los que están la mar de confusos.

Los psicólogos (que dicho sea de paso, por lo general han aportado al mundo de la educación una catarata de horrores que ríanse ustedes de las siete plagas de Egipto), son prolijos en las explicaciones que dan al fracaso escolar del niño concreto e individual, pero no parece que éstos sean problemas (síndromes varios, carencias de todo tipo, problemas familiares…) que se puedan solucionar a golpe de ley, ni aunque sea orgánica. Sin embargo, es fácil suponer que no todos los niños o chavales de esos sucesivos tantos por ciento que hemos citado tienen niveles de inteligencia bajos o sufren “Trastorno de déficit de atención con hiperactividad”. ¿Qué les pasa? ¿Qué nos pasa?

Bien, en mi modesta opinión prácticamente todo el problema nace de que nos estamos equivocando en detectar el problema: más allá de la aventura individual de cada niño el fracaso escolar de la sociedad española es considerar un fracaso que la mitad de sus universitarios no acaben la carrera o el bachillerato y, por supuesto, no dar alternativas sociales o académico-laborales a quienes o bien no quieren o bien no pueden estudiar.

Estamos fracasando, sí: sólo el 50 % de los universitarios es incapaz de acabar su carrera cuando esa cifra debería llegar al 90 % de la masa borreguil que abarrota los campus españoles; sólo el 48 % de los patéticos adolescentes alérgicos a cualquier clase de conocimiento que pululan por nuestros institutos no logra obtener el papel mojado de su título de bachiller,

Estamos fracasando, sí: la educación (y más todavía la educación pública) ha dejado de ser un camino de mejora social al alcance de todos aquellos con la capacidad intelectual y las ansias de superación suficientes para convertirse en un atolladero en el que se enfangan toda la brillantez y todo el interés que se vean sometidos a su sistema de igualación por el mínimo. Ya hoy y todavía más en un futuro muy cercano el recién licenciado de extracción humilde que ha paseado durante años su cerebro casi sin estrenar por las aulas se verá superado y laboralmente machacado por el hijo de papá, probablemente tan o más imbécil que él, pero al que los millones de su padre han pagado un master de relumbrón o un doctorado en alguna prestigiosa y extraordinariamente cara universidad americana.

El fracaso escolar de la sociedad española es no darse cuenta de una puta vez (con perdón) de que toda enseñanza secundaria y universitaria que no aprueben un número reducido de alumnos no sirve para nada, que una de sus funciones esenciales es dar la oportunidad a las élites intelectuales de convertirse en élites económicas en lugar de dejar que éstas se mantengan en lo alto de la pirámide por el mero peso de sus euros.

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