10 noviembre, 2005

Religión blandengue

Veo buena parte de un documental en La 2 sobre el avance de la religión en EE.UU. y su influencia cada vez mayor en la política, todo por culpa de Bush, claro. Por supuesto, el reportaje está realizado con una cuidadosa parcialidad: se da voz a una de las partes (quienes defienden que los creyentes quieren instalar una especie de teocracia) para atacar a la otra mientras que ésta sólo habla de sí misma; se ofrecen larguísimas secuencias con imágenes descontextualizadas y más bien estrambóticas de predicadores y sus fieles… en definitiva, la manipulación habitual contra todo lo que no sea lo “políticamente correcto”.

Pero bueno, como a todo eso ya estamos acostumbrados no es de ello de lo que quiero hablar, sino del concepto de lo que es y lo que debe ser una religión que está extendido por nuestra sociedad y que, desde mi confortable ateísmo, me parece una ridiculez.

Y es que a los intrépidos reporteros que han elaborado el reportaje les llama la atención, como se la llamaría a la mayoría de los españoles e incluso de los europeos, que alguien tenga unas creencias… ¡y trate de vivir de acuerdo con ellas! Es decir, hoy en día nos sorprendemos de que alguien profese una religión y cumpla sus normas o, al menos, intente hacerlo, que ya se sabe que todos somos pecadores. Del mismo modo, nos resulta prácticamente inconcebible que alguien se diga católico, por ejemplo, y crea todos los dogmas que establece la Iglesia Católica o que afirme que no cree en el concepto del pecado. Estamos, en suma, en la religión a la carta: me mola el rollito este de amar al prójimo y tres de los diez mandamientos, pero paso de la Santísima Trinidad y eso de esperar al matrimonio para tener sexo va a ser que no, eso sí, oiga, yo soy tan católico como el más.

Lo más llamativo, al menos para mí, es que estas actitudes no se mantienen desde el arrepentimiento del pecador sino desde una superioridad moral de lo más convencida: sabemos nosotros más de religión que el Papa y la cuadrilla de tropomil teólogos que supongo le asesoran.

Quede constancia, que si no seguro que alguien me la lía, que a mí me parece estupendo que la gente fornique y me es indiferente que Dios sea Uno y Trino y todos y cada uno de los demás dogmas de la Santa Madre Iglesia, pero seamos serios: o se es católico (pueden ustedes tachar y poner aquí anglicano, protestante, musulmán o budista si les place) o no se es, porque una religión es un conjunto completo e indivisible de creencias y normas para que el ser humano sepa un poco qué hacer en este valle de lágrimas.

Dicho con otras palabras: tiene usted toda la libertad del mundo para no creerse lo que dice el Papa (o el Arzobispo de Canterbury o el Dalai Lama) o para hacer con su órganos genitales lo que le apetezca, pero luego no me venga con la milonga de que es católico (o anglicano o budista) que usted no es otra cosa que un blandengue que no tiene los huevos de dejar de sentirse creyente, aunque la verdad es que no cree en nada.

Y, por cierto, si alguien hace a pies juntillas aquello en lo que cree y no va por ahí degollando infieles ni molesta a nadie no es un fanático: simplemente es una persona que tiene la fe que a usted y a mí nos falta.

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