11 noviembre, 2004

El bautizo civil

Aunque ya se ha hablado mucho del tema en periódicos y bitácoras no puedo resistirme a comentar el nuevo invento laicista y sigloveintiuno que nos ha deparado el excelentísimo Ayuntamiento de Igualada: el bautismo civil.

Ya habíamos oído hablar tiempo atrás de las comuniones civiles, una especie de gilipollez que inventada para que los niños de padres no creyentes no tuvieran celos de sus compañeros de clase que, presos de un fervor religioso como el de los votantes de Bush, tomaban la primera comunión como quien se toma un chicle aunque, eso sí, con la habitación llena de regalos, un carísimo traje o vestido totalmente ridículo y que nunca se volverán a poner y un banquete que ni el de una boda.

Obviamente, la “civilización” de estos sacramentos católicos responde a muchas causas muy diferentes entre las que podríamos citar, por ejemplo, aquella de la que más comúnmente se ha hablado estos días: la pretensión de los poderes públicos, de los políticos, de ampliar su espacio aun a costa de algo que podría parecer tan impropio como la religión. El poder político suele tener pretensiones más o menos abiertamente totalitarias y, como temen todo aquello que pueda hacerles sombra, tratan de eliminarlo o reemplazarlo.

De esta forma se está empezando a promocionar algo que se podría llamar “la religión del buen rollo”: una serie de creencias únicamente avaladas por la fe (es decir, en absoluto racionales) y que, como venía ocurriendo con la fe católica, configuran el comportamiento o las opiniones de buena parte de la sociedad en los terrenos de la ética y la moral. Sin embargo, como toda “religión” no pueden prescindir de la simbología y el boato, y como son bastante mediocres se limitan a copiar cutremente lo que más a mano tienen: a la Iglesia Católica.

Sin embargo, hay otra causa del nacimiento de estos ritos civiles de la que no veo que se hable, pero que me parece tan importante como la anterior si no más: la continua banalización a la que la propia Iglesia Católica está sometiendo sus propios ritos y, especialmente, aquellos que se relacionan con acontecimientos sociales: bautizo, primera comunión y matrimonio.

El show mercantilista que se ha montado alrededor de estas ceremonias me parece vomitivo, las últimas bodas o comuniones a las que he ido casi siempre me han dado arcadas y, aunque no soy ni mucho menos religioso, es lamentable ver como un bautizo, una comunión o una boda quedan convertidos en un espectáculo social a mayor gloria del niño o de los contrayentes, con su desfile de modelitos y regalos y en el que se pasa por la iglesia “porque es más bonito”, sin dar ninguna importancia a la faceta religiosa que, se supone, debería ser la principal.

La Iglesia ha permitido esto o incluso lo ha alentado con tal de no perder “clientela” y las parroquias participan fervorosamente del negocio, especialmente en las bodas: se cobran cantidades sorprendes por oficiar la ceremonia, se tienen fotógrafos, “videógrafos” y floristerías en exclusiva… Supongo que necesitan de todo eso para sobrevivir pero no se han dado cuenta de que, una vez que el mensaje trascendental pasa a un tercer plano lo siguiente de lo que se puede prescindir es del cura.

Como ellos mismos dirían: en el pecado llevan la penitencia.

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