08 noviembre, 2004

El diezmo castrista

La economía cubana está absolutamente destrozada por las décadas de colectivismo y la falta de libertades. Así, la inmensa mayoría de la población de la isla vive sumida en la miseria y hay incluso serios problemas de desnutrición que afectan a capas amplísimas de la población. Esto ya ha generado diversos problemas sanitarios que la “excelente” sanidad pública del castrismo se ha preocupado de silenciar (quien requiera más información al respecto que revise el número 36 de la excelente revista Letras Libres).

Por supuesto, la explicación “oficial” que exhiben la asesina dictadura castrista y la izquierda oficial y oficiosa de Europa no es que el socialismo colectivista sea un sistema económico absolutamente inviable (algo que la historia nos ha demostrado tantas veces que no vale la pena hablar sobre ello) sino el famoso bloqueo estadounidense. Un bloqueo que no es tal, ya que todo el mundo puede comerciar libremente con Cuba (y si no que se lo pregunten a Barceló o Sol Meliá) excepto las empresas norteamericanas y aún las empresas de EE.UU. de alimentos y medicinas pueden exportar a la isla.

Así, con la economía por los suelos y totalmente intervenida, los sueldos de risa y las cartillas de racionamiento dando la décima parte de lo que se necesita para vivir, la única salida que les quedaba a los cubanos era el menudeo con los dólares que llegan a la isla, bien por vía del turismo bien gracias a los familiares de Miami y alrededores (se estima que un tercio de los 11 millones de habitantes de Cuba recibe divisas desde Florida).

Pero esos dólares habían abierto pequeños espacios de libertad económica, libertad al fin y al cabo, en la lamentable vida diaria de los cubanos y, además, en gran parte escapaban al ansia latrocida de los hermanos Castro y sus íntimos. ¿Solución? Fácil: se prohíbe el dólar, se obliga a cambiarlo por una entelequia llamada peso convertible y se le roba a la gente un 10 % en la operación.

Pocos actos puede haber más indignos que robarle al que no tiene casi para comer, pero si encima le atraca el mismo que lo mantiene en la miseria ya la cosa es difícilmente calificable. Casi tan difícil de calificar como la desvergüenza de los que contra viento, marea, ejecuciones, presos políticos y miseria generalizada siguen defendiendo al sátrapa caribeño porque ya se sabe lo irresistiblemente chic que es un buen antiamericano. Y mientras al pueblo cubano que le den por culo, que nosotros bien calentitos que estamos en el capitalismo y después de la manifa podemos entrar en un bar y meternos un buen plato de callos entre pecho y espalda.

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