11 julio, 2009

El peligro, la libertad, la vida y la muerte

Veo con cierta sorpresa que ante la desgraciada muerte de un corredor en los Sanfermines se levanta una polémica sobre la seguridad en los encierros. ¿Podrá haber un debate más gratuito? Lo dudo.

Vivimos en una sociedad en la que nos espanta la muerte, y es lógico: tiene que ser un momento tan desagradable que, como decía Woody Allen, sólo espero no estar allí cuando me ocurra. Sin embargo, por mucho que la temamos la muerte no es sino la consecuencia natural de la vida, algo tan normal como inevitable y que ocurre por miles a diario: por ataques repentinos, tras largas enfermedades, heridos por un asta de toro, en la cama y con muchos años, en el coche, andando por la calle…

Cierto que muy pocos la desean (de hecho, desearlo es tan poco natural que sólo el sentimiento nos genera rechazo), pero no es menos cierto que a pesar de ello muchos se acercan a ella con plena consciencia de que lo hacen: el alpinista que afronta un "ochomil", el soldado, el que se sube al coche en una operación salida y, desde luego, el que corre un encierro, y no digamos el que se fuma un paquete al día o los que se desayunan con el primer brandy…

¿Quiere esto decir que debamos ir por la vida como locos buscando desesperadamente a la parca? No, tampoco es eso. Es más, lo inteligente es que se tomen precauciones para desarrollar todas esas actividades e incluso que las autoridades las tomen en algunas de ellas: regulando el tráfico y poniendo unas normas (otra cosa es que las normas son una mierda), procurando una atención sanitaria adecuada en los encierros…

Pero por mucho que hagan las autoridades tenemos que asumir que cualquier actividad encierra una dosis mayor o menor de peligro, que los accidentes ocurren y, sobre todo, que cuando se trata de elecciones personales que no afecten a los demás, allá cada cual con las dosis de riesgo que quiera asumir.

Porque un encierro, ya que es el ejemplo que ha puesto el debate sobre la mesa, es una actividad absolutamente voluntaria y el 99% de los que la afrontan tienen muy claro los riesgos que corren (y el otro 1% se podría haber informado si hubiese querido) y, por mucho que las autoridades quieran restringirlos, esos riesgos seguirán ahí, a menos que nos metan en capsulas estilo Matrix, una perspectiva muy segura que gustará a no pocos pero que, sinceramente, no creo que merezca ser vivida..

Un último apunte: creo que no me equivoco si digo que cada año mueren muchas más personas haciendo alpinismo que en los Sanfermines, pese a lo cual nadie propone que se prohíba subir por encima de los 6.000 metros… al menos por ahora.

PD.1: No se pierdan la hilarante solución al problema que ha encontrado Lucía Etxebarría en un artículo sobre el tema que firma hoy en El Mundo:

Si en el encierro de San Fermín en lugar de soltar toros vivos a los mozos los persiguieran otros mozos encerrados en un disfraz de toro (a la manera de los gigantes y cabezudos que persiguen a los niños en las fiestas de mi pueblo, por ejemplo) la tradición persistiría, pero dejaría de ser cruel y peligrosa.
Y eso que el artículo no iba mal del todo, pero al final se ha dejado dominar por ella misma, la pobre.

PD2.: Acabo de descubrir que me repito como las viejas estrellas de rock, como diría la Salmones: "¡¡Santo Dios que mala es la edad, Santo Dios!!"

1 comentario:

Strelnikov dijo...

Ahí se ha "lucido" la señorita Etxebarría, desde luego. Menuda mamarrachada que ha soltado.

Si dejara de ser peligrosa, dejaría de tener interés, obviamente.

Y en cuanto a cruel, ¿desde cuándo los encierros de San Fermín son crueles? ¿Acaso obligan a los mozos a punta de pistola?

¿Cómo se pueden decir tantas chorradas en tan poco espacio?