De cómo Ibarretxe descubrió, anonadado, que lo que le ha faltado han sido huevos

La primera (que no principal) conclusión que se puede sacar de la patochada de Arenys de Munt es que a Ibarretxe lo que le faltó en su día fueron huevos.

Sí, ya sé que dicho así no queda muy fino y también sé que todos pensábamos que lo que le faltaba al anterior lehendakari era un poco de decoro democrático, pero miren ustedes que no, que faltaron huevos, pecado imperdonable para un vasco de pura raza euskérica.

Y digo esto porque, visto lo visto, si en toda aquella movida de su referéndum secesionista que finalmente se quedó en nada el por entonces jefe del ejecutivo vasco hubiera tirado pa’lante, nadie habría sido capaz de pararlo, como por otra parte nos temíamos muchos.

Porque lo peor no es que se haga una consulta mamarrachoide en un pueblito, en la que al final han votado cuatro gatos (bastante menos de los que votaron en las últimas generales y eso que los niños de 16 y 17 años podían votar) y que no tiene otra consecuencia legal que se haya quebrado la legalidad.

Lo peor es que todo eso ha pasado a la luz del día, con orden en contra de la autoridad judicial y sin que nadie lo haya impedido. Así que, visto lo barato que sale romper la ley, ya se habla de varias docenas de pueblos que van a hacer lo propio y una vez echada a rodar la bola de nieve es difícil decir el tamaño que tendrá la avalancha y sus consecuencias.

Son los problemas que te da tener un Gobierno que sólo ejerce de tal para sacarnos los cuartos… y los votos. Y mientras, Ibarretxe en los Estados Unidos dándose de cabezazos contra la pared, ¡qué injusta es la historia a veces con ss prohombres!