Encuentro la llamativa noticia del último premio Turner inglés, un galardón para el arte contemporáneo que suele concederse a obras con un fuerte componente rompedor o provocativo, pero que en esta ocasión se ha entregado a un fresco decorativo, con un toque figurativo en su abstracción y con una clara vocación de belleza (es decir, nos gustará o no, pero no trata de ser un Bacon que rechace nuestra mirada).
Esta es la obra (por cortesía de Oli Scarff/Getty Images y The Guardian):
Lo más curioso del asunto es que la obra será “borrada” el próximo tres enero: cuando acabe la exposición en la que ha sido creada (les recuerdo que se trata de un fresco) simplemente le darán una mano de pintura blanca y desaparecerá para siempre, excepto del recuerdo de los que la hayan contemplado al natural y, por supuesto, en los miles de imágenes que se tomarán de la premiada obra.
La verdad es que no estoy seguro de que la pintura, que por cierto es del artista inglés Richard Wright (casualmente con el mismo nombre que el fallecido teclista de Pink Floyd), me acabe de gustar. Por un lado me parece sugerente, y es bella en cierto sentido, además imagino que con su gran formato y con sus detalles debe de ofrecer una contemplación larga, pausada y placentera, como la de un Rotko.
Pero por el otro lado, no puedo evitar que me recuerde a la tapicería de un horriblemente hortera sillón Luis XV o Luis XVI o vaya usted a saber qué Luis.
Y luego está el tema de la posterior destrucción, que a muchos les parecerá una enorme chorrada pero que, cuantas más vueltas le doy, más interesante me parece, de hecho creo que es lo más estimulante de la obra.
Interesante por varias razones: en primer lugar desde el punto de vista del artista, que ha realizado un trabajo cuidado, laborioso y con un resultado bello, pero que desde el inicio tiene planteado como destino final acabar siendo una pared blanca. ¿Una estupidez, una cuidada metáfora, un ejercicio de snobismo, una reflexión sobre el sentido del arte? Vaya usted a saber.
En segundo lugar y todavía más importante, desde el punto de vista del espectador que contempla la obra y sabe que ésta va a ser destruida: ¿Cómo afecta esto a nuestra apreciación estética? ¿Influye en la forma en la que miraremos el gran cuadro? ¿Nos gusta lo mismo, menos o más? ¿Intentamos memorizarla con más intensidad para poder recordarla? ¿Le prestamos más atención, otra atención?
Vaya, la cosa se pone interesante… ¿no creen? Lamentablemente uno de los daños colaterales de la idea es que no podré verla y sacar conclusiones en directo, pero resulta estimulante descubrir que todavía quedan cosas por inventar en el arte moderno.
PD.1: ¿Y este tío habrá estado alguna vez en las Fallas?
PD.2: Una vez pintado de blanco por encima… ¿es esa pared una obra de arte? Y que conste que esta pregunta no es de coña.
07 diciembre, 2009
¡Y luego pintarlo por encima!
Posted by Unknown at 11:08 p. m. Menéame
Labels: arte y cultura
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