26 noviembre, 2005

Banderas

Acabo de disfrutar de una buena película (gracias a un buen amigo, por cierto) titulada “Enemigo a las puertas”. Como supongo que muchos de ustedes sabrán se trata de la historia de un francotirador ruso y de su contendiente nazi durante la terrible batalla de Stalingrado.

Se trata de un película interesante que les recomiendo, pero no es tanto de ella de lo que quiero hablarles como de una curiosa reflexión que se me ha ocurrido mientras veía aparecer una y otra vez en pantalla los símbolos de las dos formas más perfectas de barbarie que nos regaló el s. XX, el comunismo soviético con su hoz y su martillo, y el nacionalsocialismo alemán con su cruz gamada.

Me ha dado por pensar en banderas, en que son símbolos por los que la gente está dispuesta a dar la vida y en que suele tratarse se representaciones de la historia de un país que incluyen referencias a mil partes de ella o a su configuración, o al momento de su creación o vaya usted a saber el qué.

Hay raras excepciones a esto: una es la bandera americana, creada por los “padres fundadores” en un esfuerzo intelectual que tratase de resumir e identificar a la nación naciente. Otras, que son las que vienen más al caso, son aquellas ocasiones en las que la bandera de determinada facción política se convierte en la de todo el país cuando ésta se impone, normalmente por la fuerza de las armas aunque no siempre, e instaura un régimen más o menos dictatorial.

En esos casos la bandera se convierte en el símbolo del totalitarismo, sea éste de un signo o de otro. Así hemos visto la enseña nazi convertida en símbolo de Alemania, las diferentes banderas rojas de aquellos países que han tenido la desgracia de caer bajo el yugo comunista y, mira tú por donde, la enseña del PNV creada por Sabino Arana y su hermanito Luis, convertida en bandera del País Vasco.

Da que pensar, ¿no?

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